La juventud comunica a nuestras experiencias un sabor particular y una particular importancia mientras que en la madurez se aprecia (o deberían apreciarse) muchos mas detalles, niveles y significados.
Las lecturas en la juventud pueden ser poco provechosas por impaciencia, distracción, e inexperiencia en la vida.
También pueden ser formativas en el sentido de que dan una forma a la experiencia futura, proporcionando modelos, contenidos, términos de comparación, esquemas de clasificación, escalas de valores y paradigmas de belleza. Cosas que siguen actuando aunque el libro leído en la juventud poco o nada se recuerde.
Al releerlo en la edad madura sucede que volvemos a encontrarnos con esas constantes que ahora forman parte de nuestros mecanismos internos y cuyo origen habíamos olvidado.
Por eso en la edad madura debería haber un tiempo dedicado a repetir las lecturas más importantes de la juventud, por aquello de la perspectiva histórica.